Al dios Hades no le gustaba la
idea de que Heracles se llevase su perro y, según algunas versiones, se
enfrentó al héroe y debió ser curado después en el Olimpo. En cualquier caso,
finalmente tuvo que permitir que Cerbero se marchase con Heracles, siempre
y cuando fuese capaz de controlarle con sus manos, cosa que hizo al
instante agarrándole de sus tres gargantas y asiéndole con tal fuerza que el
animal tuvo que dejarse llevar. Ovidio narró el viaje de Heracles y Cerbero de
la siguiente manera: «… movido por la furia, llenaba el aire con sus ladridos,
derramando espuma por su boca que contaminaba los verdes campos. Sobre la
espuma se sentaron y allí se alimentaron recibiendo poderes dañinos;
inmediatamente después brotó una planta venenosa sobre el suelo pedregoso a la
que los agricultores llamaron “acónito”.
En el Averno, Heracles se
encontró con muchas almas, como la de Teseo, cuya salida de este mundo negoció
él mismo, la repulsiva Medusa y Meleagro, uno de los Argonautas y asesino del
jabalí Calidonio. Heracles quedó tan impresionado con la historia de su muerte
que le prometió casarse con su hermana Deianeira. Después siguió su viaje por
el mundo de la oscuridad y, tras degollar el ganado de Hades para que las almas
pudiesen probar la sangre, Perséfone le pidió que tuviese más cuidado en
adelante.
La última y más difícil tarea de Heracles le llevó más allá
del mundo de los vivos. Euristeo quiso que le llevase a Cerbero, el perro de
Hades que guardaba la puerta del Averno. Su objetivo era deshacerse del héroe
para siempre. Antes de emprender el viaje, acudió a los Misterios Eleusianos, ceremonia
secreta en honor de Deméter y Perséfone en la que expió pecados como la matanza
de centauros, condición sin la cual no podía entrar en el Averno.
Heracles comenzó el descenso al
mundo de los muertos en el cabo Tenaro, en el punto más meridional del
Peloponeso. Atenea y Hermes, guía de los muertos en su último viaje, le
acompañaron. El barquero Caronte tenía miedo de Hércules y le llevó a través de
la laguna Estigia sin protestar, acto por el que posteriormente Hades le
castigaría.
A la llegada a
Micenas, Euristeo se escondió en su jarra, muerto de miedo tras ver al animal.
Finalmente tuvo que liberar a Heracles y así pudo llevar a Cerbero de vuelta al
Averno.
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