El rey Euristeo decidió que la siguiente prueba para Hércules sería algo relacionado con este toro: ir a Creta, donde estaba provocando estragos en las cosechas y entre los campesinos, capturarlo vivo y llevarlo ante él.
El héroe no dudó en marchar hacia allí, convencido además de que este trabajo no le daría ningún problema, ya que el animal no tenía poderes mágicos y le bastaría su descomunal fuerza para vencerlo. Cuando llegó, Minos le ofreció -por supuesto- toda la ayuda que necesitara.
Cuando Hércules se encontró con el toro lo agarró de los cuernos y se lo echó a los hombros, conduciéndolo por el mar Egeo hasta la corte de Euristeo, en Micenas. El rey, cuando lo vio, se lo ofreció a la diosa Hera, pero la diosa, al ver la ferocidad del animal y que había tenido algo que ver con Hércules -y la diosa seguía odiándolo-, rechazó el regalo.
Euristeo puso imprudentemente al toro en libertad, que acabó atravesando el istmo de Corinto, hasta que finalmente el héroe Teseo le dio muerte en la llanura de Maratón.
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